El Barça de Tito no es el de Guardiola, y eso es algo que se sabía de antemano, para bien o para mal. Del mismo modo que Pep y Tito no son la misma persona, sus decisiones como entrenador tampoco. Tal vez huelgue decirlo, aunque tal vez no: Pep no es Tito, y Tito no es Pep. Sin embargo, el caldo con el que se cuece este Barça es el mismo, y lo que difiere a uno de otro son, al final, las especias con las que lo sazonan. Pep era más sofisticado; a Tito le gusta el picante. Pero todo eso lo sabemos ahora, tras cuatro meses de competición, 55 puntos (de 57) después.
El adiós de Pep Guardiola dejó tras de si una reguero de dudas,
de preguntas cuyas respuestas eran tan necesarias como temidas y que se podían extractar
en un ‘y ahora, ¿qué?’. Respuestas que sólo el tiempo se encargaría de revelar.
Sin embargo, el barcelonismo es un niño consentido que no admite noes ni
esperas y prefiere una verdad dolorosa, una muerte rápida, a las medias tintas.
Las respuestas deberían llegar rápido, o la pataleta sería de las que hacen
perder los nervios. Y no es de extrañar. Tras la marcha Pep se instaló en el
respetable blaugrana esa sensación amarga, una desazón mezcla de incertidumbre
y mal augurio. Nacieron lógicas sospechas de que algo iba a cambiar,
irremediablemente, hacia peor. Y las razones no eran precisamente una bicoca:
se había ido el hombre que hizo de ese ‘clam’ una realidad más allá de los condescendientes
cánticos. El hombre que regaló a mayores y niños la experiencia de participar
en un hito irrepetible que, en su punto más álgido, trascendió del mero deporte
para adoptar formas épicas, así como un pueblo comparte la satisfacción de
resurgir de la miseria para ganar luego la gran batalla y asentar años de
bonanza. Entraba dentro de la lógica del guión, pues, el socavón moral como
efecto provocado por la marcha de Pep, y al convertirse en real dejó en ascuas
a todo un barcelonismo que se sentía, de súbito, desenraizado. “Se ha ido el
tipo que nos ha hecho ganar 16 títulos en apenas 5 años, el de los récords, ¿y
ahora qué?”. Era de recibo pensar que, dada la velocidad de rumbo alcanzada
durante los últimos años con el estimado ‘capitán’ al timón de este barco,
ahora tocaba ir al pairo, fuera quien fuera el encargado de tomar el relevo.
Tras el frenesí mediático y el baile de candidatos que puso
en el banquillo ahora a Bielsa ahora a Löwe, se reveló finalmente el nombre del
que sustituiría a Guardiola, el suicida que trataría de darle continuidad
–máxime en este caso– a este proyecto transversal, de largo recorrido (del
siglo pasado, cabe recordar), que es este Barça amante del balón. Ese hombre
temerario sería Tito Vilanova, el segundo de Pep, el fiel escudero, el tipo de
gesto taciturno que solía susurrar al oído del ‘filósofo’, el que tuvo un
ángulo de visión privilegiado del dedo arremetedor de Mou: aquél. Y entonces se
hizo el silencio. “¿Tito? Ostras, no había pensado en él”. El barcelonismo,
algo confuso, se retiró a meditar en el fallo, que ni gustaba ni dejaba de
gustar. Sin embargo, no tardó en cuajar la idea. Era el cambio natural, la
opción más orgánica de las posibles. Al fin y al cabo, quién mejor que la mano
derecha del ‘capitán’ para recoger, leer e interpretar su cuaderno de bitácora,
elaborado tras cinco años de surcar con éxito los más enfurecidos mares y del
que, además, él ha sido segundo de a bordo. La mejor evidencia: 11 y 18 puntos
que ponen tierra de por medio respecto al segundo y al tercer clasificado.