martes, 27 de noviembre de 2012

LA TARA QUE NOS DA VIDA


Se diría que ésta puede ser para el Barça la temporada perfecta. Por lo pronto, ha firmado el mejor arranque de campaña de la historia de La Liga poniendo, además, tierra de por medio (11 puntos) respecto al Real Madrid, que aunque parece no postularse como rival directo esta temporada –el Atlético sigue su estela, a 3 puntos–, huelga decir lo que esa distancia representa para la experiencia común de ambos clubs y aficiones. 11 puntos, ahí es nada. Además, el conjunto de Tito se ha asegurado la primera plaza de la liguilla de la Liga de Campeones, su andadura por el torneo del K.O transcurre, por el momento, plácidamente, y por si fuera poco las principales piezas del engranaje barcelonista funcionan este año como un tiro –Xavi, incuestionable; Iniesta, finísimo; Messi, infinito–. Todo son buenas sensaciones. Se diría que el vestido confeccionado este año no tiene ni un rasguño, ni un pequeño lamparón, y que en este baile de gala el Barça va a salir triunfante. 

Sin embargo, no es así. La parroquia culer no es de las que se queda satisfecha con un excelente, siempre aspira a matrícula, y eso es algo a lo que uno ya se tiene que ir acostumbrando. Porque el Barça es un niño consentido –de los que dan ganas de collejear– criado en la mejor de las casas, un pequeño burgués que no conoce mundos míseros y que no admite un mundo en el que quepan los descuidos. Por eso el hincha barcelonista trata siempre de buscar una tara, un motivo por el que preocuparse –como encontrando placer en la incertidumbre, envidiosos de los que viven al filo del abismo–. Porque, a pesar de rozar la perfección, de permanecer en una suerte de limbo, de estado permanente de placidez e imperturbabilidad, este aficionado necesita la queja y la lamentación como el hambre, la necesita del mismo modo que necesita el aire para estar vivo. Se diría que la perfección amodorra el espíritu, que la experiencia de un estado invariable convierte algo a priori divertido en algo terriblemente aburrido. Como en la vida misma. Es por eso que los triunfos, el reconocimiento mundial, los goles a mansalva no llegan a satisfacer por completo al aficionado de este club, deudor del ‘mecagüen’, de las belicosas tertulias de bar y de las cruzadas ad infinitum. Porque el futbolero es, per se, un ser lleno de odio, y el futbol es la letrina. Siempre hay alguien sobre el que echar la pota, porque si no lo hubiera nada de esto tendría sentido –las cavernas mediáticas bien que lo saben y no sólo le sacan partido si no que contribuyen a perpetuar ese tipo de comportamientos–. ¿Pero cuál es esta vez? ¿Dónde apunta el martillo pilón ahora que el equipo vive el mejor arranque liguero de su historia? Pues en Alexis Sánchez.

Al chileno se le fichó por sus aptitudes ofensivas –por su desborde, su velocidad y su gol–, y el hecho de que no esté rindiendo en esos términos está empezando a inquietar al Camp Nou. Hay un murmullo, aquel de siempre. Y lo sabe, y cuando recibe el balón no se atreve a encarar al contrario y la suelta rápido y se limita a cumplir consignas de juego colectivo, si bien no es suficiente para ser un extremo puro. Parece estar atenazado, es cierto, y es que la presión que ejerce la grada sobre el jugador es de aúpa si tenemos en cuenta que ésta es inversamente proporcional al nivel de juego desplegado por el equipo. Esto es; un Barça impecable es un Barça que no se puede permitir el mínimo fallo. Hace lustros –desde Cruyff– que la relevancia de los defectos que pueda tener el Barça se bareman en base a sus virtudes. Como sus virtudes son muchas y muy buenas, los pocos defectos que pueda tener y que en un contexto ‘normal’ serían irrelevantes, aquí brillan y se convierten en problema capital. Pero a Alexis sólo le falta un gol para pasarle el muerto a otro. Y siempre hay otro.

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