Polémicas formales a parte: no es que crea que Mourinho sea un cerdo, pero el dicho es el que es. Si en vez de un cerdo hubiera sido otro el animal -un poni, que es el tipo de animal que uno no podría matar ni en un día santo-, no hubiera tenido problemas en usar el mismo dicho de epígrafe. 'A todo poni le llega su San Martín'. ¿Mejor?
Pues no le cojáis mucho cariño, al poni digo, porque ayer parte del Bernabéu reclamó su degüello. La noche fue convulsa ayer en el feudo madridista, una noche en la que el futbol no fue el protagonista -algo, que por cierto, viene siendo habitual-. Había transcurrido un cuarto de hora cuando el Fondo Sur del Bernabéu empezó a corear el nombre de Mourinho, en una leal muestra apoyo a pesar de los resultados ligueros. Hasta ahí bien. La afición defendiendo incondicionalmente a su míster: esa era la tónica. Pero, algo ocurrió. Sorprendentemente, hubo réplica a ese apoyo, y por primera vez hubo pitidos en contra de los partidarios de Mou -es decir, en contra de Mou-. El partido se trasladó a la grada, que se vio dividida entre los leales al portugués y los que ya arrugan la nariz cuando escuchan su nombre. El pique entre ambos sectores de la grada se repitió un par de veces más a lo largo del partido. Mientras tanto, en el césped todo transcurría según lo previsto -aunque con esa prevención inicial con la que el Madrid ya afronta estos partidos-, y los goles iban llegando. Pero, ¿cómo se le tomó Mourinho? ¿Se dio por aludido? Pues sí, y por eso mismo se echó unas risas con su 'miniyo' Karanka y el sardónico Rui Faria (vaya tres fenómenos). Porque para el portugués es como ver a sus retoños pelearse para ver a quién quiere más a su papá. Y eso es entrañable, y por eso lo comparte con tito Karanka y tito Faria como diciendo: 'qué ricura de afición'.
El madridismo se está conteniendo como nunca antes lo había hecho. Es probable que, con Mourinho, la parroquia blanca se haya cargado de paciencia más de la cuenta. Porque el carisma del portugués es muy poderoso, porque ante la hegemonía culer el madridismo necesita a un capitán que no se arrugue, que no tenga pelos en la lengua, que sea incluso soberbio, lenguaraz, un poco cabrón. Es una cuestión de moral. ¿Os imagináis a Pellegrini, ahora, en el banquillo del Madrid? ¿Cuán humillante sería? ¿Cuánto hubiera tardado el madridismo en darle la patada?
Todo tiene un límite. Mourinho no cae bien. Es decir, sí que cae bien, pero no del modo en el que las personas caen bien. Cae bien cuando gana partidos. Y también cae bien cuando, en los momentos flojos, comparece en las ruedas prensa y da su espectáculo y ofrece titulares y es fuente de tertulias, porque se convierte en el perfecto placebo contra la derrota, contra el complejo de inferioridad impuesto por el Barça. Sin embargo, ese placebo sólo funciona si, además, va acompañado de victorias. Y 11 puntos, amigos, son muchos. Son tantos que ya no cae bien, que sus diatribas mediáticas ya no tienen ese efecto balsámico -al contrario, cabrean-, y que el madridismo toma conciencia de su enfermedad.
A todo poni le llega su San Martín. Y más si el poni es un cerdo.
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